viernes, 21 de octubre de 2011

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Desde el exterior del dédalo, puedo mirar, con suma certeza, la postura desgastante de las partes, la lucha incesante por seguir con vida el uno y el otro y, con mayor claridad, la batalla constante de aquella y aquellos quienes aún siguen inmersos en su laberinto queriendo escapar de algo que, suponen, son unas garras que le atrapan... yo, en cambio, observo egoísmo y escasez de amor.

Esa lucha a muerte entre el pasado y el futuro (sin contemplar el presente -y que es este último el único que existe-), ese temor a perder (cuando en apariencia todo está perdido), esa terquedad y aferrarse a algo inocuo, vacío o amorfo que no funciona en ninguna otra atmósfera o bajo ninguna presión...

Observo mis pies sumergidos en la arena, en una arena que si bien intenta lavar también con agua de mar cada rincón de ellos, coloca a la vez cientos de piedritas que se adhieren a ellos de una forma lacerante apoyadas incluso por un sol quemante y la propia temperatura en sí de la tierra que piso... Resulta por demás decir quién o quienes están ahí acompañándome sobre el mismo terreno y que oprimen con su peso el espacio arenoso que les confiere.

...y regreso una y otra vez a observar de reojo aquel dédalo; lloro una vez más, sostengo mi teoría, reafirmo el porvenir; respiro, intento vivir al menos ese breve instante, ese momento escaso que me gustaría compartir por siempre con tranquilidad, amor y riqueza en el alma y el amor con quien amo... y, de manera lamentable, ni un ave sobre el cielo o el viento mismo, pudieron darme siquiera una leve pista del lugar preciso donde encontraría el tesoro o ya al menos la tranquilidad imperiosa que no he podido contener y retener en mi interior.

Aclaro aquí, que jamás deseé el salirme de aquel dédalo y que, este andar por fuera en inicio parecía prometerme un horizonte diferente y, con lo de hoy, sencillamente resumo que ha sido por demás doloroso y que, aquel laberinto, ha sido por demás interesante de descubrir, amoroso en más de mil viros, increíble en otros cientos de ocasiones y, todo este menester, obliga principalmente a abrir un tanto mis ojos y razonar, analizar y revalorar todo aquello que he dejado (probablemente momentáneo) en aquel espacio.

Sí, también he descubierto vacío en y desde esta postura, miradas furtivas y acechantes, colores difusos, mucha soledad y un inmenso mar de tristeza que poco a poco tiende a ser mi nueva casa, un nuevo e incierto horizonte y, si bien sus aguas, arenas, espacio y ocasos me invitan a seguir y a tomar esta nueva opción al anegarme poco a poco, mi poder de observación va un poco más allá y retoma lo mejor del pasado para hacer con él el salvavidas que requeriré cuando una tormenta tanto de sal como en sus mares y cielos me azore.

Y, aunque a veces siento que he perdido la suerte, que soy un desdichado o que el infortunio me ha poseído, no puedo desechar la oportunidad de conocer desde este lado lo que desconozco...

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