martes, 27 de agosto de 2013

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En ocasiones, aún estando fuera del dédalo, me gusta sumergirme, esconderme en mi trinchera...
Y es que desde ahí puedo ver un poco solamente de lo que es en sí el estar fuera y respiro con más cautela, observo el poco detalle que se atisba, señalo con mi índice cercano a mi naríz y lo lejano sigue estando ahí... inasible.

En ocasiones, me gusta permanecer callado (cosa que me cuesta más trabajo ahora) aún estando sumergido en dicha trinchera...
Y es que pareciera que estoy en un campo de batalla donde debo esconderme un tanto de cada ataque, de cada frase que tiende el derredor arrojarme cual bomba de tiempo y que no dudo podría estallar en cualquier momento desfigurando alguna parte de mi alma... dependiendo qué tan cerca caiga de ella.

En ocasiones, me gusta sentirme solo y recorrer de un lado a otro la trinchera a pesar de saber que el espacio es demasiado reducido...
Y es que necesito recargar parte de esa batería que necesito para sobrevivir, dotar de munición mi armamento y poder regresar a la batalla, a esa que libro estando fuera del laberinto desde hace meses... aún así que parezca todo en vano o innecesario.

En ocasiones, me gusta sentir la lluvia sobre mi cabeza (sin casco) dentro de la trinchera...
Y es que ella me recuerda que aún sigo vivo, que alguien más libra su propia batalla y que probablemente requiera de mi intervención en determinado momento... será entonces cuando salte del pozo y acuda al llamado.


En ocasiones, la trinchera no es más que sólo eso: una trinchera... y, estando en ella, sólo llueve, hay silencio, carezco de armas y el espacio es tan reducido que no cabe más nadie aunque quisiera...
Para cuando recapacito en ello, justamente es cuando la miro desde fuera... así como quizá me observe el dédalo estando fuera de él.

lunes, 19 de agosto de 2013

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Resulta por cierto para muchos que cada pueblo de nuestro país encierra tradición, costumbres, gastronomía, arquitectura e historia y muchos de dichos poblados tienen sus propios atractivos (algunos más que otros) incluso plasmado en su gente.

El punto al que intento referirme con ello aquí es a la era que vivimos, a esta "ciber-civilización" que se jacta o presume de ser moderna cuando, por muchas razones, tiende a recaer en lo absurdo y en la falacia debido a las propias contradicciones que nos muestra conforme visitamos esas poblaciones que no sobrepasan la dupla de millar en habitantes.

Y es que visité este fin de semana el pueblo de Cajititlán, Jalisco, donde pude catarlo con suma tristeza.
Ya había acudido ahí algunos meses atrás y tuve una grata experiencia del sitio mas, pareciera ser, que por ser fin del período vacacional escolar, todos los citadinos se decidieron acudir a festejar o a reventarse esa tarde, a viajar en lancha por la laguna que poseé dicho lugar y a contratar "por canción" a cuanta banda se acercaba a los puestos que están a pie de su pequeño malecón... con lo que mi tarde se convirtió en una verdadera guerra de bandas que estrepitosas no pude nunca descifrar ni el acorde o el tema interpretado.

Afortunadamente no bebo alcohol como para quedarme estacionado por mucho tiempo en aquel restaurante desde donde observé detenidamente cada pareja, cada muestra de baile y celebración, cada vendedor que repetidamente insistía con su producto en mi mesa o ese desfilar de familias jóvenes que, celular en mano, no perdían contacto con su civilizacióna través de Facebook, Tweeter o What´s up (entre otros tantos).

Cuán a gusto estuve aquella vez anterior en que el sonido del motor casi se perdía con el romper del agua bajo la lancha que nos dió un recorrido por ese enorme charco verde llamado laguna y cuando terminé mi tarde en el quisco del pueblo sólo con el sonido infantil de los pequeños que jugaban en el lugar y acompañado con alguna música que se dejaba escuchar en el equipo de audio de aquel vendedor de piratería dentro de su tianguis dominical.

Las aguas frescas, los helados, el paseo en pony, ese recorrer de veinte cuadras y terminar con todo el pueblo, su templo en espera de feligreses, las gorditas, la granada en vasito con sal y limón, los panecillos, las frituras, chicharrones, juguetitos y sus viajes en lancha... todo opacado por el "citadino bandero" que sólo quiere demostrar que se está "inn" mientras tienes "apergollada" a tu compañera y "la quebras" mientras, la banda más ruidosa del poblado, toca para él por una módica suma... el punto es que estaba plagado de ese tipo de citadinos toda la zona del pequeño malecón!


Qué tristeza... De nada sirve decirse que se tiene una cuenta en este portal o en otro por Internet... de nada sirve que yo mismo diga que poseo un blog (que por cierto nadie lee) cuando, lo que realmente se ve que somos, no recae jamás ni directamente en la red de redes... Todo termina por convertirse en un enorme, muy enorme rancho llamado ciudad, que se sigue extendiendo en los municipios aledaños y zona conurbana.
Y, todo, gracias a quienes lo habitan o a quienes lo visitan... a esas costumbres, estupideces sociales o actitudes que se dicen y no se miran o a las que no se dicen y se muestran.

martes, 13 de agosto de 2013

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Quién me manda ser así de sensible y, peor aún, no poder jactarme de ello o intentar al menos hacerle saber al mundo de mi estatus sentimental...

Quién me manda hurgar aquí y allá en ese sentir de quien acompaña mis días y no dejar que sólo ella sea quien me comparta lo que desee sin forzar nada...

Quién me manda el querer aparentar tranquilidad mientras se me habla cuando se malinterpreta ello como si no me interesara de lo que se comenta...

Quién me manda seguir fuera del laberinto y que todo se observe de manera totalmente ajena, reversible, revuelta y con severos altibajos que sólo destiñen mis pupilas...

Quién me manda el seguir sosteniendo algo que se predice insostenible o el seguir participando en algo que no parece ser partícipe para mí...

Quién me manda hablar desde el fondo si ya ni siquiera mi propio fondo me escucha, me cree o resulta con fundamento para después no ser cuestionado...

Quién me manda "intentar aprender" de los demás (como lo había hecho de manera habitual hace unos años) si aquellos quienes se acercan parecen ser personas con mayor decisión o determinación que la mía...

Quién me manda sacar cuanto me incomoda o disgusta de la vida si, aparentemente, ya no hay quien me escuche o se ofrezca para no juzgar sino simplemente escuchar...


Quién me manda ser así de sensible y que cada sentimiento tenga repercusión negativa en mi entorno...
Quien me manda intentar ser comprensivo y que luego te lo echen en cara con todo lo contrario...

martes, 6 de agosto de 2013

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Ni aún estando inmerso en el dédalo me atreví alguna vez a hacer un escrito acerca del cómo creo considerar que soy y ennumerar ciertos valores que poseo.
Sé que existen algunas terapias donde se nos obliga en cierta forma a reconocer dichos valores y a usarlos en nuestro favor debido a la baja autoestima que probablemente nos pueda aquejar en determinado momento de nuestras vidas.

Y no creo que, por decir aquí que me considero una persona noble vaya a causar una enorme polémica en el entorno o a que lleguen ustedes a pensar que me estoy aludiendo o sobreestimando (por no decir presumiendo).

Es justo aquí que, no más de uno, ha sabido abusar de ello e hizo lo que quiso con dicha humildad y, aunado a esto, supongo que, quien vive conmigo, por lo general es así también y hemos terminado por "afectar" incluso a nuestros hijos... Cuál es entonces el resumen? ...que toda mi familia es noble en gran medida y siempre terminan por abusar de nosotros de alguna u otra forma.

Cuán difícil resulta entonces el modificar esta actitud (que debería llamarla virtud) y ser como todos aquellos que nomás piensan en chingar al prójimo, que se aprovechan de toda situación para beneficio personal y terminan pisoteando relativamente a quien, noblemente, desea o sabe hacer las cosas según su experiencia de vida.

Qué tristeza es que tengamos personas así dentro de nuestra familia cuando, toda ella, tiende a ser noble, accesible y un tanto humilde...
Y es que no propiamente debe ser un hermano, pero sí un cuñado (a), primo, yerno o nuera.

Es justo que entiendo aquí la magnificencia del creador al darnos el todo en nuestro derredor para conocerse a sí mismo y, supongo, será trabajo de cada uno de nosotros el vivir o saber vivir acompañados por este tipo de entes que no terminan de entender de otros valores y sólo se aferran a lo que creen sin modificar nada.

Será acaso que yo mismo elegí el vivir rodeado por entes así? ...o estoy equivocado de círculo...
Es entonces que soy yo quien debe "aprender a vivir" con todos ellos?