martes, 27 de agosto de 2013

.

En ocasiones, aún estando fuera del dédalo, me gusta sumergirme, esconderme en mi trinchera...
Y es que desde ahí puedo ver un poco solamente de lo que es en sí el estar fuera y respiro con más cautela, observo el poco detalle que se atisba, señalo con mi índice cercano a mi naríz y lo lejano sigue estando ahí... inasible.

En ocasiones, me gusta permanecer callado (cosa que me cuesta más trabajo ahora) aún estando sumergido en dicha trinchera...
Y es que pareciera que estoy en un campo de batalla donde debo esconderme un tanto de cada ataque, de cada frase que tiende el derredor arrojarme cual bomba de tiempo y que no dudo podría estallar en cualquier momento desfigurando alguna parte de mi alma... dependiendo qué tan cerca caiga de ella.

En ocasiones, me gusta sentirme solo y recorrer de un lado a otro la trinchera a pesar de saber que el espacio es demasiado reducido...
Y es que necesito recargar parte de esa batería que necesito para sobrevivir, dotar de munición mi armamento y poder regresar a la batalla, a esa que libro estando fuera del laberinto desde hace meses... aún así que parezca todo en vano o innecesario.

En ocasiones, me gusta sentir la lluvia sobre mi cabeza (sin casco) dentro de la trinchera...
Y es que ella me recuerda que aún sigo vivo, que alguien más libra su propia batalla y que probablemente requiera de mi intervención en determinado momento... será entonces cuando salte del pozo y acuda al llamado.


En ocasiones, la trinchera no es más que sólo eso: una trinchera... y, estando en ella, sólo llueve, hay silencio, carezco de armas y el espacio es tan reducido que no cabe más nadie aunque quisiera...
Para cuando recapacito en ello, justamente es cuando la miro desde fuera... así como quizá me observe el dédalo estando fuera de él.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario