lunes, 19 de agosto de 2013

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Resulta por cierto para muchos que cada pueblo de nuestro país encierra tradición, costumbres, gastronomía, arquitectura e historia y muchos de dichos poblados tienen sus propios atractivos (algunos más que otros) incluso plasmado en su gente.

El punto al que intento referirme con ello aquí es a la era que vivimos, a esta "ciber-civilización" que se jacta o presume de ser moderna cuando, por muchas razones, tiende a recaer en lo absurdo y en la falacia debido a las propias contradicciones que nos muestra conforme visitamos esas poblaciones que no sobrepasan la dupla de millar en habitantes.

Y es que visité este fin de semana el pueblo de Cajititlán, Jalisco, donde pude catarlo con suma tristeza.
Ya había acudido ahí algunos meses atrás y tuve una grata experiencia del sitio mas, pareciera ser, que por ser fin del período vacacional escolar, todos los citadinos se decidieron acudir a festejar o a reventarse esa tarde, a viajar en lancha por la laguna que poseé dicho lugar y a contratar "por canción" a cuanta banda se acercaba a los puestos que están a pie de su pequeño malecón... con lo que mi tarde se convirtió en una verdadera guerra de bandas que estrepitosas no pude nunca descifrar ni el acorde o el tema interpretado.

Afortunadamente no bebo alcohol como para quedarme estacionado por mucho tiempo en aquel restaurante desde donde observé detenidamente cada pareja, cada muestra de baile y celebración, cada vendedor que repetidamente insistía con su producto en mi mesa o ese desfilar de familias jóvenes que, celular en mano, no perdían contacto con su civilizacióna través de Facebook, Tweeter o What´s up (entre otros tantos).

Cuán a gusto estuve aquella vez anterior en que el sonido del motor casi se perdía con el romper del agua bajo la lancha que nos dió un recorrido por ese enorme charco verde llamado laguna y cuando terminé mi tarde en el quisco del pueblo sólo con el sonido infantil de los pequeños que jugaban en el lugar y acompañado con alguna música que se dejaba escuchar en el equipo de audio de aquel vendedor de piratería dentro de su tianguis dominical.

Las aguas frescas, los helados, el paseo en pony, ese recorrer de veinte cuadras y terminar con todo el pueblo, su templo en espera de feligreses, las gorditas, la granada en vasito con sal y limón, los panecillos, las frituras, chicharrones, juguetitos y sus viajes en lancha... todo opacado por el "citadino bandero" que sólo quiere demostrar que se está "inn" mientras tienes "apergollada" a tu compañera y "la quebras" mientras, la banda más ruidosa del poblado, toca para él por una módica suma... el punto es que estaba plagado de ese tipo de citadinos toda la zona del pequeño malecón!


Qué tristeza... De nada sirve decirse que se tiene una cuenta en este portal o en otro por Internet... de nada sirve que yo mismo diga que poseo un blog (que por cierto nadie lee) cuando, lo que realmente se ve que somos, no recae jamás ni directamente en la red de redes... Todo termina por convertirse en un enorme, muy enorme rancho llamado ciudad, que se sigue extendiendo en los municipios aledaños y zona conurbana.
Y, todo, gracias a quienes lo habitan o a quienes lo visitan... a esas costumbres, estupideces sociales o actitudes que se dicen y no se miran o a las que no se dicen y se muestran.

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