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Sí, ya sé que dije que en ocasiones sólo callaba y dejaba que transcurriera el tiempo para que éste trajera consigo la cordura y razón... sólo que en contadas ocasiones resulta imposible, lamentablemente imposible.
No ha sido una vez o dos que me han dicho que soy terco u obstinado, que no entiendo de razones y otras frases alusivas a la necedad... pero resulta más reprochable recibirlas de quien se jacta de no serlo y brilla siéndolo.
Lo peor radica justamente en no querer reconocerlo.
Sé que no soy ni acercadamente un modelo a seguir por o para la sociedad, pero considero que existen algún par de razones para sí poder imitar o aplicar para la vida de todos dicho par de puntos positivos (obvio, haciendo a un lado mi necedad) y sólo entonces: Bingo! la vida puede resultar ser más placentera para todos.
Hace más de trece años perdí a una de mis hermanas por una postura necia... y, si bien tampoco pertenezco a una "familia modelo", es muy lamentable vislumbrar que, probablemente, pierda a un elemento más por la "misma causa" (o, al menos, por poseer una "postura" que asemeja a necedad, negligencia o falta de gana por reconocer "estar en un error").
Mucho más triste es volver la vista y toparte con compañeros de trabajo que también se aferran a posturas que sólo benefician en lo particular y "desechan" casi en totalidad el "hacer la labor en pro de todos los implicados".
El llamado "valemadrismo", como cómplice, sólo trae desgana y frustración.
Me recordé esta tarde-noche con esos sentimientos de antaño... de hace tres años o poco más donde, la decepción, desgana y frustración, le ganaron a todo lo que se había fincado en mi "castillo"...
Hoy, lloro ciertamente, mi estómago está peor que revuelto y no encuentro ninguna vía al menos para ser escuchado pues, la necedad y/o postura de "no querer escuchar o reconocer" de la contraparte, daña más la situación y la coloca en un delgado hilo que, quizá, se rompa y quede así, roto, hasta la muerte.
"Es triste la tristeza", decía un amigo... qué difícil es escuchar la verdad cuando duele, aseguro.
sábado, 29 de diciembre de 2018
martes, 11 de diciembre de 2018
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En muchas ocasiones prefiero callar... dejar que sea sólo el exterior quien hable.
Ese quien me ha encontrado vagando (y no precisamente en tu nombre, en busca de tu nombre o por "culpa" de tu nombre); el mismo quien me ha arropado cuando más lo he requerido.
Un exterior que ruge con firmeza desde tempranas horas y que, en contraste, también suele callar a media madrugada...
Y es ahí, justo ahí, cuando pierdo el sueño y prefiero vagar entre las sábanas, entre las baldosas de mi habitación o en busca de las notas que, paralelas al silente exterior, sugieren compañía o denotan insomnio.
Un exterior cambiante que extrañaré el día de mi muerte, que sugiere recorrido, nueva foto, más atención o rescate del detalle en conjunción con el cielo.
Exterior, que soslaya atardeceres, renace en amaneceres y cohabita con el frío de la temporada sin queja alguna.
Este exterior conversa con voz altisonante a media tarde y distrae mi atención, me recuerda que todo sigue en movimiento a pesar de tanta y tanta muerte que "detiene" el tiempo en quien la padece o en quien la mira de reojo en el cuerpo de su familiar o conocido.
Este exterior que nos acoge a todos, que nos arropa, que nos hace sentir uno solo en complicidad con el planeta y que sigue charlando con quien deseé saberle aún sin mediar palabra... sólo con dejarse observar en detalle, minuciosamente, entre un punto focal u otro.
Exterior que observo desde el interior del auto, desde el transporte público o desde la vitrina cuando, en ocasiones, llora...
Exterior que seca sus lágrimas en sus ríos y que, a pesar de anegarse en llanto, genera más vida que tristeza, más esperanza para la biodiversidad y ecosistema... más.
En muchas ocasiones sólo prefiero callar y dejar que el exterior sea quien hable aunque, él sin palabras, me siga gritando tu nombre con cada detalle que le descubro, que le observo...
Y vuelvo a saberme vivo, arropado por dicho exterior y con todo el peso de tu nombre... así haya sol, noche, frío o lluvia.
En muchas ocasiones prefiero callar... dejar que sea sólo el exterior quien hable.
Ese quien me ha encontrado vagando (y no precisamente en tu nombre, en busca de tu nombre o por "culpa" de tu nombre); el mismo quien me ha arropado cuando más lo he requerido.
Un exterior que ruge con firmeza desde tempranas horas y que, en contraste, también suele callar a media madrugada...
Y es ahí, justo ahí, cuando pierdo el sueño y prefiero vagar entre las sábanas, entre las baldosas de mi habitación o en busca de las notas que, paralelas al silente exterior, sugieren compañía o denotan insomnio.
Un exterior cambiante que extrañaré el día de mi muerte, que sugiere recorrido, nueva foto, más atención o rescate del detalle en conjunción con el cielo.
Exterior, que soslaya atardeceres, renace en amaneceres y cohabita con el frío de la temporada sin queja alguna.
Este exterior conversa con voz altisonante a media tarde y distrae mi atención, me recuerda que todo sigue en movimiento a pesar de tanta y tanta muerte que "detiene" el tiempo en quien la padece o en quien la mira de reojo en el cuerpo de su familiar o conocido.
Este exterior que nos acoge a todos, que nos arropa, que nos hace sentir uno solo en complicidad con el planeta y que sigue charlando con quien deseé saberle aún sin mediar palabra... sólo con dejarse observar en detalle, minuciosamente, entre un punto focal u otro.
Exterior que observo desde el interior del auto, desde el transporte público o desde la vitrina cuando, en ocasiones, llora...
Exterior que seca sus lágrimas en sus ríos y que, a pesar de anegarse en llanto, genera más vida que tristeza, más esperanza para la biodiversidad y ecosistema... más.
En muchas ocasiones sólo prefiero callar y dejar que el exterior sea quien hable aunque, él sin palabras, me siga gritando tu nombre con cada detalle que le descubro, que le observo...
Y vuelvo a saberme vivo, arropado por dicho exterior y con todo el peso de tu nombre... así haya sol, noche, frío o lluvia.
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