martes, 11 de diciembre de 2018

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En muchas ocasiones prefiero callar... dejar que sea sólo el exterior quien hable.
Ese quien me ha encontrado vagando (y no precisamente en tu nombre, en busca de tu nombre o por "culpa" de tu nombre); el mismo quien me ha arropado cuando más lo he requerido.

Un exterior que ruge con firmeza desde tempranas horas y que, en contraste, también suele callar a media madrugada...
Y es ahí, justo ahí, cuando pierdo el sueño y prefiero vagar entre las sábanas, entre las baldosas de mi habitación o en busca de las notas que, paralelas al silente exterior, sugieren compañía o denotan insomnio.

Un exterior cambiante que extrañaré el día de mi muerte, que sugiere recorrido, nueva foto, más atención o rescate del detalle en conjunción con el cielo.
Exterior, que soslaya atardeceres, renace en amaneceres y cohabita con el frío de la temporada sin queja alguna.

Este exterior conversa con voz altisonante a media tarde y distrae mi atención, me recuerda que todo sigue en movimiento a pesar de tanta y tanta muerte que "detiene" el tiempo en quien la padece o en quien la mira de reojo en el cuerpo de su familiar o conocido.

Este exterior que nos acoge a todos, que nos arropa, que nos hace sentir uno solo en complicidad con el planeta y que sigue charlando con quien deseé saberle aún sin mediar palabra... sólo con dejarse observar en detalle, minuciosamente, entre un punto focal u otro.

Exterior que observo desde el interior del auto, desde el transporte público o desde la vitrina cuando, en ocasiones, llora...
Exterior que seca sus lágrimas en sus ríos y que, a pesar de anegarse en llanto, genera más vida que tristeza, más esperanza para la biodiversidad y ecosistema... más.


En muchas ocasiones sólo prefiero callar y dejar que el exterior sea quien hable aunque, él sin palabras, me siga gritando tu nombre con cada detalle que le descubro, que le observo...
Y vuelvo a saberme vivo, arropado por dicho exterior y con todo el peso de tu nombre... así haya sol, noche, frío o lluvia.

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