domingo, 2 de noviembre de 2014

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Si bien te puedes saber constante o cotidianamente fuera del laberinto, existen algunas cosas y/o situaciones que te vuelven a hacer entender que "sigues dentro".

El ritmo laboral, los traslados y el ir y venir constante dentro de la ciudad, tarde o temprano te acercan a aquel lugar donde, sabes, los muros, fachadas y entorno mismo guardan y/o encierran un momento etéreo que se torna imborrable en nuestras vidas y lo portamos incluso en sueños y hasta nuestra muerte.

No quisiera creer que después de muerto me acerque a aquellos rincones o a aquellas calles donde crecí y que guardo conmigo y en mi recuerdo de una añorable y amorosa manera.
Y, lo digo así, porque realmente todo lo que aconteció después de que dejé de pisar dichas calles de mi infancia tiene mucho más valor, encierra mucho más lo que ha sido en sí mi vida con su sin fin de etcéteras que no terminaría de ennumerar aquí.

La intención es simple de este escrito, ese poder trasladarme por esta "pequeña ciudad" hasta ese punto donde irremediablemente "aún vivo" o donde me siento "más vivo" cada que lo visito... y, si bien mi redacción no es buena, se torna mucho más complejo el desgranar en grafías lo que atraviesa por mi emoción cada que cruzo con mi vehículo aquellas calles dende crecí.

Es cierto que ha cambiado, que nuevas personas han estado entre aquellas mismas paredes donde estuve siendo niño, que las calles ya son iluminadas con nuevas luminarias, que la pintura ya no es la misma, que el agua de lluvia se encargó de lavar a lo largo de estos casi cuarenta años cada lágrima que probablemente dejé caer desde alguno de mis ojos y que el mismo hollín citadino se ha encargado de demacrar cada vez más aquellas escaleras, techos, pisos o banquetas de mi antaño.


Mas, insisto, cuán hermoso resulta ser siempre para mí el atravesar aquellas calles y bajar casi a cero la velocidad de mi auto para embelesarme con las fachadas, los colores nocturnos o diurnos, los letreros en las esquinas, las cercas, portones y demás...

Respirar profundo... cerrar un instante mis ojos... sonreír con un gran manojo de nostalgia y melancolía y seguir mi camino rumbo a casa.

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