viernes, 7 de junio de 2013

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Aún recuerdo lo que me llamó la atención de ella el primer día que le vi.

Una sonrisa enorme iluminaba su rostro y su cabello hacía las veces del encanto extra que resultaba difícil dejar de mirar. Su manera de vestir acorde a su edad y la sencillez con que portaba su atuendo para desempeñar su trabajo.

No fue sino un rato después en que pude observar con detenimiento el manejo de sus manos que de inmediato me atraparon e hicieron desvariar un tanto mi entender.
Su manera de hablar y su tono de voz ya me había orendado algunos días atrás y, gracias al horario en que pude hacerlo, mi atención era por demás atraída al máximo para cuando le vi físicamente.

Con el transcurrir de los días y los encuentros me percaté de esa manera que tenía de entender el todo, de esa lucha constante a la que se sometía para encontrar cierto rumbo en su vida y el derredor ayudaba al marco en esos meses de otoño que vivimos.
Admiré con interés su pulcritud y limpieza y caté algunos tenues aromas que despedía en su ir y venir cercana a mí, aromas que, sé, llevaré por siempre en mi recuerdo.

Otras sorpresas se fueron dando y, con ellas, mi atención estuvo más que saturada a la vez que reafirmaba, y con creces, cada detalle anterior que podía rescatar desde ella.
No tardamos mucho en querer "reparar al mundo", en contarnos mutuamente nuestro pasado e intentamos llenar algunos espacios personales con nuestras citas que, luego de unos meses, fueron mucho, mucho más de lo que alguna vez quizá imaginamos.


Y, definitivamente, fue su sonrisa al mirarle... su voz al conocerle y toda su femeneidad conforme la pude observar en total desnudez.
No conforme con todo eso, pude "robarme" de su hogar una fotografía de ella donde, su sonrisa, es para mí ese sello del tanto que atrajo mi atención en inicio.

No está por demás decir que agradezco enormemente al destino el poder haberle conocido.

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