martes, 18 de junio de 2013

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Una mujer más que conocí un tanto me impresionó sencillamente a partir de su naturalidad y aspecto sencillo ante la vida.

A ella la vi por primera vez en casa de una amiga y, muy independiente del aspecto maduro y desenfadado que poseía en ese entonces, fueron aquellos puntos los que llamaron mi atención.

No le supe mucho en aquellos dos o tres contactos visuales en casa de esta amiga y no fue sino semanas después en que algunos eventos pudieron dar pie al contactar, en inicio, por vía del correo electrónico y una sola ocasión en que me pidió salir a tomar un café y conversar.

Los tópicos que charlamos en aquella ocasión fueron suficientes para mostrarme la vastedad, libertad, madurez y ecuanimidad con que observaba ciertos detalles de la vida atrapando por demás mi atención y considerarla desde entonces una mujer entera en toda la extensión de la palabra y/o frase.

Muy por encima de cualquier pensamiento mío, ella sobrepasó (y por mucho) cada ponencia, cada observación o cada recapacitar desde mi perspectiva al grado de llanamente sentirla superior, dotada de una amplia gama de criterio y, apoyado en ello, fue que algunas veces requerí de su opinión personal... los resultados siempre fueron superiores a mis expectativas.


Hoy día le recuerdo y agradezco al destino el haberme postrado un tanto frente a ella y, si bien nuestro contacto es por demás raquítico, nunca deja de impresionarme el que me recuerde tan a detalle cuando más le olvido (y de manera lenta) debido a la lejanía.

Desde este espacio deseo en verdad que su vida sea más que vida, que su amor ocurra en todo cuanto toque u observe y que el destino mismo nos vuelva a colocar el uno frente al otro para seguir aprendiendo de esta maestra de vida.

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