jueves, 9 de febrero de 2012

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Qué ganas de volver a ser ese trozo de piel que podía provocar el deseo de volver a la intimidad, de saborearse las mieles de otra piel y de saberse único en alguien...
Qué ganas de volver a revivir una mirada ajena, de sonreír sencillamente y abrir horizontes en ti.

Qué ganas de involucrar una vez más a ese ente al juego, al trasnochar acompañado de la luna y seguir disfrutando del estar vivo sin requerimiento alguno... sólo saberse parte esencial en el otro y que corrieran las horas...

Qué corta es la vida para poder realizar todo cuanto se desea y qué breve la noche cuando se ama.
Qué corto el día cuando se trabaja con gusto y amor y qué complicado el poder aprovechar al máximo cada detalle que invita al disfrute.

Qué corto el tiempo del sueño, qué efímero el orgasmo, qué extenso se torna el recelo o el sentimiento negativo...
Qué ganas de volver a amar con aquella misma intensidad y a la misma persona.

Qué escaso se torna el guardarropa cuando hay que ir presentable todos los días.
Qué ganas de poder estar desnudo en casa todo el día sin necesidad de recurrir al exterior, volver a sonreír con esa picardía, con ese velo de complicidad y con ese desinterés por el vestuario.

Qué ganas de volver a escribir mi amor en tu piel desde mis manos, mis dedos o mi boca... haciendo geroglíficos húmedos u observando desde cerca, muy cerca, esa vellosidad aduraznada tuya que tanto aprecio.
Qué ganas de volver a vivir y observar un nuevo amanecer a tu lado.



Qué ganas de no haberte conocido tanto y entender hoy que no te tengo a mi lado...

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