viernes, 23 de diciembre de 2011

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No he terminado de comprender el por qué, este estar fuera del laberinto, me otorga la dicha o desdicha de despertar con incertidumbre mayúscula, con tristeza arraigada a la piel, con añoranza en el rostro, con el amor un tanto disipado o con el deseo arrastrando por alguna prenda que se mira sucia en el cesto de la ropa.

Y no pido comprensión a este respecto... sólo hago la observación y acotación que requiero hacer para terminar de desgranar qué fue en realidad lo que me azoró todo este día y que, a esta hora en que arribo a casa, algo dentro de mí me reclama a manera de sugerirme descanso.

Y es que no pude comprender del todo qué fue lo que me oprimió el pecho todo el día, qué fue aquello que me hizo ver más gris de lo normal el cielo; qué fue en realidad lo que mantuvo mi boca cerrada, mi mirada perdida y una lágrima lista en alguno de mis ojos para hacer su aparición a la "menor provocación".

Al final del recorrido laboral me percaté que no fui yo quien derramó esa lágrima que tantas veces apenas asomó desde mis pupilas y, eso, me confundió aún más.

Pude comprender, en parte, que esto de permanecer fuera del laberinto brinda una opción más al semblante, al diálogo con quien pudiera acercarse, a recapacitar más en la diversión ajena y poder ser partícipes de ella para no "echar a perder" su momento... y, sin embargo, también surge cierto fantasma que dibuja soledad, que te repite o reafirma "solo" tanto en el auto como en lo que pudiera decidir en un futuro no muy lejano...


Intentaré "no llevarlo" a convivir en familia este próximo día veinticuatro por la noche pues, en verdad no deseo, que sea él quien dicte el rumbo de la tertulia...


¡Feliz navidad para todos! (...un tanto anticipada)

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