miércoles, 4 de enero de 2012

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Espera… no cuentes aún los días.
No son estos los que debieras sumar a raíz de que principia el año, sino aquellos en los que puedes volver a ser plena en totalidad, donde no cabe más que tu nombre y el mío, donde la esperanza emerge victoriosa y el desamor es pisoteado por tu hermoso pie y el izquierdo mío.

Espera… no sumes aún los momentos.
No es que no sean buenos, sino que aún “no estamos preparados” para soportar su peso y cargarlos en vilo hasta nuestro seno, mantenerlos ahí y terminar tristemente por sostener que aún existe ese rencor que terminará por opacarlos, por deshacerlos, por convertirlos en menos que tiempo perdido.

Espera… no intentes escuchar mi corazón.
Pues no es este el que deseas que palpite cercano a tu oído, sino aquel que puede ser arrancado desde su interior y poder ser colocado en tu mano… el mismo, que hace hervir la sangre que transporta y que podría ser derramada en tus manos, tu espalda, tu vientre o tu boca con el firme propósito de ser amor para ti.

Espera… no vayas tan aprisa.
Pues terminaré más que confundido y podría recaer más prontamente debido al dolor que aún permanece tatuado en mi piel, en mi entender y en mi amor convertido en celo…

Por favor, no… no me repitas esa palabra aún.
No la digas sin el sustento que requiero, sin el alma puesta en cada letra que, desde tu boca, es pronunciada con tanto amor siempre que puede derretir cada uno de los polos con esa parte de tu aliento y podría tener a mil hombres a tus pies aún sin necesidad de pronunciarla… bastaría una mirada.

Por piedad… no, no más llanto.
Pues terminaré anegado contigo, vacío, más que húmedo y solitario sabiendo que “apenas inicia un nuevo momento” y ya estamos inmersos en ello y sumergidos hasta la frente sin la posibilidad del respiro que nos mantenga vivos, apegados al dolor y sin esperanza…
Preferiré antes que secar tus lágrimas secar la causa de ellas y, de ser yo, permanecer disecado a tus pies hasta el fin de tus días.

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