domingo, 6 de noviembre de 2011

.

Fuera del dédalo, las fotografías juegan un papel de suma importancia en la emoción, la intriga, el amor y gran parte del sentir presente basado en aquel pasado que, para muchos, ha sido siempre mejor.

A pesar de ello, en mí habita un sentimiento más allá del todo, más allá que el sólo creer que un tiempo pasado fue mejor y, aunque ciertamente una sonrisa se esboza o asoma alguna lágrima mientras observo alguna imagen entrañable, termino por entender que amo este presente y lo deseo así, con todos sus atributos que he llegado a valorar de una forma más sensible, menos humana en cierto sentido, más apegada a un ciclo que termina y que concluye por convencerme en este presente.

Aún conservo algunas de mi esposa, por ejemplo, que me hacen palidecer, otras que me enervan la sangre y, todas ellas, tomando en cuenta que la mujer aún está cercana a mí, imprimen menos nostalgia al momento y reavivan ese inmenso amor que hoy, aseguro, aún poseo hacia ella.
Todo aquel menester que me ha sacado del dédalo, poco a poco lo retomo a manera del cambio obligatorio en la naturaleza de las cosas... aunque dicho cambio me haya volcado gran parte de mi proceder y entender.

Y, mientras que este humilde escriba vuela un tanto y viaja otro más basado en imágenes, uno de mis hijos sostiene ante mis ojos que, lo mejor, es el movimiento, el video, la vida misma impresa en una secuencia que termina por ser aún más entrañable y nostálgica que las primeras que menciono.
Y, dentro de lo intangible que resulta todo esto, lo único "tangible" tiende a ser lo que somos nosotros mismos, esto que tocamos y con lo que convivimos el día a día acompañados por quien esté a nuestro lado en tal o cual momento.

La pregunta aquí gira entorno al qué tanto debemos aferrarnos a aquel pasado...
Qué tanta maravilla extra podemos descubrir en esta imagen o aquel video que pueda servirnos para, más que extrañar, valorar, suspender, atesorar, aprender y madurar de una vez por todas aquello que probablemente nos lastime para, así, erradicarlo, superarlo o sencillamente olvidarlo.

Si bien Dios nos otorgó el precioso don del olvido, por qué es que nos frenamos a aplicarlo cuando observamos, paralelos al laberinto, que todo él nos provoca tanto daño y que nos podría orillar al precipicio que está inmediatamente después de cierto "acotamiento" al lado de dicho dédalo...


Tú, tienes la respuesta?
Por favor, házmela saber antes de que, por un error, estupidez, necedad o descuido, tropiece y caiga a lo más profundo del abismo donde, convencido estoy, no hay un regreso, no habrá más imágenes y un "salir con vida" desde él no es algo probable.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario