sábado, 20 de diciembre de 2014

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Ella, ha librado ya decenas de batallas. Algunas, las más importantes y relevantes de su vida y, otras, tan simples que el recordarlas hoy sería cosa de risa.

Ella superó el servir a un par de hombres a la vez por muchos años convirtiéndola en una mujer admirable y, además, con el paso de los meses fue sumando más cuidados y responsabilidades hacia otros... librándolo todo siempre.

Ella superó, para otro par de hombres, todas las expectativas que un varón espera desde la femeneidad, sensualidad y otras virtudes que sólo brota desde la mujer como tal y sació sexualmente a ambos (y quizá a alguien más).

Ella ha estado tan cerca de la muerte en más de una ocasión y yo he sido testigo mudo e impotetente de ello. Ha sabido portar con cierta destreza la máscara de la hipocresía y frente a su espejo se ha reconocido como única y con posibilidades infinitas de hermosa apariencia.

Ella, hoy se mira cansada, me ha dicho que le cuesta trabajo dormir y yo le sé (por mi ritmo de trabajo) que le cuesta mucho más el levantarse cada mañana. Pareciera que ahora carga un nuevo peso que con cada año que transcurre le puede más y no encuentra la palanca idónea para sostenerlo.
Se irrita con facilidad, las injusticias las porta en el rostro y se reflejan quizá en su cabeza, tanto, que puede permanecer en cama hasta veinticuatro horas sin poder soportar siquiera el sonido exterior o la luz del día.

Su iniciativa se ha mermado bastante y,  a pesar de aún gozar de una piel lozana, ya no gusta de provocar tanto con un roce inquisidor o de recordar sus años mozos bajo las sábanas... ella, la dueña de mi antiguo dédalo trivial, ha concluido en apagar su vela lentamente a pesar de todos saberle con vida.



Ella, ha superado todo... mas pareciera que no ha podido con ella misma y duele, duele mucho saberle y sentirle en ocasiones tan ajena, tan triste o tan amargada con el mundo mientras le observo con admiración y ciertas más con incredulidad.

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