jueves, 4 de junio de 2015

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Existe una ruta donde acudo con mi bicicleta a hacer un poco de ejercicio.
Se trata de un par de calles que confluyen a manera de "ele" con una pequeña glorieta en su vértice. No sé cuánto mide el recorrido y, mi ir y venir por el lugar, depende del número de vueltas que suelo recorrer.

Ahí, a lo largo de algunos años, he visto cómo se ha modificado el entorno. Han desgastado más el asfalto los tantos vehículos que por ahí transitan debido al crecimiento urbano del entorno e, incluso, el aroma que despedía la alberca que se encuentra por el lugar debido a una escuela de natación, ya no es tan marcado como antes.

He visto ahí a grupos de aficionados al modelismo, tanto de vehículos como de aviones y ha servido dicha calle para enseñar a manejar a algunas personas.
Otros, que ya bien manejan, usan el espacio para gastar sus neumáticos en muestra de estupidez o de amor al aroma del caucho quemado y "untado" en el pavimento.

Vuelta tras vuelta, en inicio, disfruté enormemente del viento (ese mismo que aún me sigue acompañando, aunque ahora más impregnado de smog debido a la gran cantidad de autos que me rebasan y hacen sonar su claxon cuando me muestro ante ellos como una amenaza vial).
Disfruté mucho de ciertos atardeceres y alguna que otra vez la lluvia no me permitió terminar mi recorrido. Las fallas en mi bicicleta fueron pocas. Una ponchadura y una cadena suelta.

Otras personas han usado el lugar para hacer llamadas telefónicas, para conversar con alguna persona en el interior de su auto o para llevar a su perro a cagar y no limpiar pues, el espacio abierto, es más que el ocupado por fincas y/o establecimientos.

Hoy día, en dos de sus esquinas y sobre la calle, existen dos puestos grandes de comida: uno de tacos comunes y otro de mariscos donde venden "ceviche mitotero" como "el plato fuerte" del lugar.
Mas, lo que siempre ha llamado mi atención, han sido un par de ocasiones en que alguna mujer se detiene en su auto y, mientras habla por teléfono y observa el atardecer, manotea y llora en el interior del vehículo.


Supongo que "debo dejar" que las personas esclarezcan sus ideas así, sacando su frustración a través del llanto o el enojo para, más tranquilas, puedan discernir lo que harán.
El problema recae justo ahí, en ese inter y momento... pues, mientras yo disfruto del recorrido y la tarde, alguien más llora y padece...

Perdón, pero no puedo permanecer inmune ante tales muestras de dolor... (aún que dichas personas ostenten buenos autos o sea alguna mujer que, así al pasar, se le pueda apreciar hermosa).

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