miércoles, 30 de abril de 2014

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Qué hermoso el poder ser niño y olvidarte de cuanto desorden pudieras tener en casa, de cuán sucio pudieras estar debido al juego, al ir y venir o al simple hecho de vivir.

Qué hermoso el poder tener niños cerca a ti y poder recrear la vista con sus ocurrencias, con sus frases, con sus preguntas simples y blancas sin el menor atisbo de morbosidad o mala intención.

Qué hermoso el poder sacudir el polvo anciano y recordar la infancia, llorar una vez más por aquel helado derramado, por la burla en el aula de clases; remembrar a nuestro amor estudiantil y saber cuán errados estuvimos en cuanto a gustos o madurez.

Qué hermoso el poder catar los sabores de aquellos años en la actualidad, el acudir a un pueblo a degustar de lo típico culinario ahí y redescubrir el sazón de mamá, de la lonchería del plantel, de aquellos pastelillos que sólo podíamos adquirir en el tendejón frente a casa...

Qué hermoso el regresar a aquel lugar que nos vió crecer y saberlo pequeño; descubrirlo más frío y vacío que en aquel entonces y llorar mirándonos a nosotros mismos corriendo por aquellas calles inmersos en juegos, en rondas, sin un mañana por descubrir, sin una vida de qué preocuparse... sólo viviendo!


Qué hermoso el ser niño!
Qué tristeza el que lo hayamos olvidado...
Qué triste el que no deseemos el volver atrás...
Qué triste no seguir soñando cual lo hicimos en aquel ayer...

Y mucho más triste el descubrir aún niños que lloran, que padecen, que emigran, que no sueñan, que son maltratados o que no poseen al menos el alimento diario para sencillamente vivir y ser lo que son: niños.

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