sábado, 14 de octubre de 2017

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Habrá decenas de cosas que no terminemos por entender cuando se cuenta sólo con veinte años de edad... aún así que nos haya caído un árbol encima, hayamos padecido de violencia o habremos matado a alguien.

Lo minúsculo del existir podría llevarnos mucho más lejos que eso y, a pesar de, no lo podremos atisbar siquiera en el entorno o en el quehacer cotidiano.

Habrá centenas de cosas más que no terminemos por entender cuando se tienen sólo treinta años de edad... aún así hayamos generado la escuela del amor o hayamos leído la misma cantidad de libros  como para tener la sapiencia necesaria para no indagar más por la vida.

Lo minúsculo del existir siempre llevaría la pauta entre una página u ottra del libro abierto y seguramente lo pasaremos por alto aún teniéndolo al alcance de los hechos.

Habrá miles de cosas que no terminaremos por entender aún teniendo cincuenta años de edad... aún si la familia ya crece, se reproduce y arriba un nuevo ser ante nuestros ojos; en el lecho, ganará el insomnio por semanas, vivirá la incertidumbre del mañana y todo el pasado se sentirá más que vano o escueto.

Lo minúsculo del existir predominará ante cualquier adversidad, positivismo o realidad cruda que podamos establecer en el seno o ante cualquier ente que habrá acompañado para entonces nuestros días.


Podremos observar en el espejo a aquel que fue, al que probablemente será y el que terminará por ser ante la pequeñez de este existir...
Y, aún con sesenta años de vida, la probabilidad de sólo tener una cosa inentendible del todo terminará por consumirnos sin haber sabido el por qué del todo, el rumbo de la vida o el simple hecho del por qué hemos estado aquí peleando por nada... para nada.

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