domingo, 4 de septiembre de 2016

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Qué fácil resulta el decir "lo di todo" cuando se gesta una separación y dicho "todo" no bastó.
Qué fácil escribir frases que terminan siendo vacías dadas las pruebas o testimonios.

Qué fácil pedir asesoría o consejo a quien no tiene la experiencia y qué inverosímil puede ser su respuesta.
Qué fácil es derogar frases amorosas del acervo cuando se han utilizado por años... y más fácil el que resulten falsas o puestas en duda.

Qué fácil el vociferar, el creer tener la razón y aferrarse a su propia convicción a sabiendas que existen daños a la tolerancia y a la poca prudencia.
Qué fácil es escribir sentado aquí mientras mi mundo al derredor se cae a pedazos.

Qué fácil es robarse el corazón de alguien y luego decir "lo olvidé en algún lugar" o el "no era mi intención el hacerlo".
Qué fácil resulta el desilusionar, el volverse repetitivo, el amar de la misma manera y cansar al otro.

Qué fácil es mejor callar y llorar que arrojar al rostro la verdad de lo que nos incomoda.
Qué fácil y absurdo a la vez todo ello.

Qué fácil no querer mirar ese ocaso vivencial y hacerse a la idea que todo está bien, que nada cambiará o que todo debe seguir igual.
Qué fácil el preferir seguir atado e inamovible mientras todo rueda, gira y se mueve entorno nuestro.

Qué fácil robar una imagen, hacerla tu afiche sexual y no contactar más con la mirada directa de algún interlocutor deseado.
Qué fácil hacerse el desinformado, el "no me di cuenta", el inocente, el mártir, el "lastimado" y portar bandera de abandono en lugares públicos sin aceptar el daño causado o la propia culpa.


Qué difícil es pues el aceptar el erro, el dar vuelta a la página, el viro propio en el dédalo y aceptar el todo para volverlo experiencia y no una roca para volver a tropezar con ella.

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