viernes, 26 de agosto de 2016

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Me he topado en estos días con algunos encuentros hombre y mujer en los lugares donde laboro en los que, ella, juega un papel por demás envidiable al estar frente a su interlocutor sin mediar palabra… sólo observando.

No, no se trata de esa mirada que muestra un sentimiento, de aquella que desencaja una emoción o la que hace fruncir tu boca de cierta manera dando a entender que existe el vínculo, el secreto, la llamada al sexo u otro interés profundo y/o personal.

Se trata de esa sencilla mirada que denota atención, un poco (sólo un poco) de admiración, del querer saber más o del seguir embelesado con el tono de esa voz que se recepta, de la noticia personal, de la entrevista por el empleo a tomar…

Se trata de esa mirada que está acompañada por una sonrisa franca en señal de gusto por estar ahí, que no oculta nada a su vez y donde ambos ojos parpadean francos, decididos a hacerlo de manera natural y mientras el encuentro dura, vaya, que no quedan a medio camino entre cerrarse o permanecer abiertos y así no poder ser malinterpretados.

Han sido esas miradas las que he descubierto en más de tres ocasiones en parejas que han estado cercanas a mí en alguna presentación y me han hecho recapacitar, adorar la postura y el gesto e incluso hasta recapacitar en mi pasado donde quizá alguna vez lo tuve para mí…


Miradas que están desaparecidas para este escriba hoy, que ya no están y que, peor aún, quizá no las valoré o descubrí en su momento… mas, no te atrevas a mirarme así ahora, pues, irremediablemente me harás llorar.

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