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Llueve...
Haz que deje de caer agua desde mis ojos en silencio, que sea sólo la luz la que predomine en nuestro sendero y que nadie pueda volver a decir jamás que somos dos.
Llueve...
Y dentro, la humedad se muestra tan llana como ella sola, tan volátil como un suspiro, tan en búsqueda de cada rincón como el aire mismo...
Llueve...
Y desde fuera del dédalo puedo respirar de dicha humedad, de catarla, de mantener ese sabor conmigo y doquiera que vaya... de saberle permanente en mi recuerdo.
Llueve...
Y cada gota va sumando cada una de las remembranzas que me hacen sabedor de tu cuerpo, de tu propia humedad, de lo efímero de tus lágrimas en tu rostro y de todas aquellas otras que se perdieron mientras no estuve contigo.
Llueve...
Y su sonido me transporta, me acerca al más allá, me detiene en la carretera, me hace acurrucar bajo las sábanas y seguir llorando de impotencia, de cierta soledad, de la llamada de la incomprensión o a causa de creer que ya no me amas...
Llueve...
Dentro tuyo, por fuera mío... dentro y fuera del dédalo.
Ahí, donde tú... acá donde yo.
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