jueves, 10 de mayo de 2012

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Para esta hora en que escribo, ya cada una de ellas supo lo que vendría y/o tendría en el transcurso del día; supo de la ausencia nocturna, del nuevo amanecer quizá con ese sabor a desvelo provocado por la preocupación y otro cúmulo de situaciones tan propias de ella como sólo ella.

Para esta hora en que escribo, ya cada una de las razones por las cuales lo hago se reacomodaron una vez más en mi memoria y entender, volvieron a tener su enorme valor y/o sostienen con hechos cada mérito que, propio, sigue siendo sólo de ella.

Y es que mi admiración jamás cede, el amor por ella crece con cada etapa de mi vida y sigo en pro y en pos de hacer resaltar ante los demás el valor inmenso que el creador ha depositado en su cuerpo que, después de haber gozado quizá un breve instante, le vino una serie de cambios propios del embarazo hasta, con enorme dolor, parir y adoptar así la dicha inmensa de ser madre.

Reconozco y valoro la parte esencial y social que ellas tienen, la labor familiar, amorosa y de soporte que profesan y comulgan por siempre y para siempre por sus hijos (incluso, mucho más que por un hombre en particular) y, aunque existen excepciones a todo esto, no deja de ser un general de su naturaleza humana que hoy, con este breve texto, deseo dejar a manera de homenaje.

A ti madre que me lees: Dios te bendiga por siempre y te brinde la fortaleza para afrontar cualquier conflicto o contingencia que pueda ocurrirles a cualquiera de tu descendencia en ese sendo camino del descubrir la vida, vida, que tú ya has realizado a la misma manera del todo poderoso al haber creado vida desde tu vientre.


Mi mayor admiración y respeto estarán siempre contigo y hacia tí: mamá. (mía, tuya y/o de mis hijos)

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