lunes, 15 de agosto de 2022

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Es por demás quizá ya el volver a repetir mi admiración por la mujer en todo aspecto y es que, a mis cincuenta y cinco, está más que sustentado.
Y más, añadido a ello, está mi gusto y atracción por el género.

Como hombre que me sé, decenas de ocasiones ha sido preciso el controlar ese instinto animal que. en definitiva, otros varones no pueden y terminan por forzar y/o violar a su objetivo femenino pues, insisto, es un instinto animal que cualquier hombre (cual animal que es) porta consigo de manera natural.
Eso, es algo que quizá la mujer no ha terminado por comprender.

Casi sostengo entonces que, a pesar de las prendas que posea la fémina, en la brutalidad mental del varón es que se gesta una vorágine de deseo carnal que sencillamente pretende concluir con el acto sexual.

Actualmente, y después de extensa lucha, la mujer ha podido modificar leyes para acrecentar los castigos hacia quienes infringen sus derechos naturales de andar, lucir o transitar libremente por el mundo... con ello, el hombre se ha limitado a sólo ya ser un ente más sobre el planeta y no mirar siquiera al sexo opuesto por más de algunos segundos pues podría catalogarse ya como acoso.

Todo esto me vino a la mente cuando, al entrar en el tren urbano, y tomando en cuenta lo antes escrito, mi mirada debe mantenerse sobre el piso del convoy, hacia la ventanilla (y donde no haya una mujer cercana a dicha ventana) o en definitiva cerrar mis ojos para no ser 'acusado' de nada que ostente algún momento incómodo para alguna de ellas.


Peor o mejor o mejor aún... sabiéndonos 'podofilos', existe quizá alguna ventaja de seguir manteniendo nuestra mirada baja y así descubrir entre fino calzado esa parte delicada que sostiene todo su ser y le traslada... aunque, muy en el fondo de mi comentario, no quiero creer que terminaremos con el paso de los años dejando clavada nuestra vista al piso mientras andamos con ese dejo de lascivia que "no le pertenece" al asfalto.

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