domingo, 3 de enero de 2021

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Y se sucede todos los días...
El detalle que da pie a entender que, mientras se está con vida, hay oportunidad de poder decir lo que uno siente y/o piensa de esta o aquella persona.

Los actuales medios de comunicación nos mantienen tan cerca que, con sólo teclear un poco o consultar nuestro teléfono inteligente, ya tenemos a la otra persona en el auricular... con gran parte de su atención y, para uno, la conocida voz de aquel o aquella.

Trabajando en el taller de guitarras, es notoria la presencia física de quienes ahí laboran; desde el barrendero en las afueras hasta cada compañero en el interior del recinto. Es sumamente notorio cuando, por alguna causa u otra, alguien se ausenta.
En definitiva, el lugar que ocupan, se mira extrañamente vacío y no hay quién pueda cubrir ese espacio.

Me permití, con este recapacitar, el elogiar ampliamente a uno de nuestros compañeros hace algunos días a manera de que sepa directamente desde mí y propia voz, el cómo lo tengo catalogado. En ese instante lo tenía a escaso un metro de distancia y él agradecía humilde mi opinión acerca de su persona.
Mas, quedó en "pendiente" el comunicárselo directamente a mi patrón.

Éste último que menciono se ausentó por un día en el taller por motivo de un corto viaje de negocios y, a pesar de que lo pude tener tras el auricular en dos ocasiones que le requerí, el saberle lejos me llenó de intenso sentimiento nostálgico.
Aquí, el punto es que no sé cuándo me atreva a expresarle mi profunda estima teniéndole de frente.

Ya en el pasado mes de mayo y parte de junio de 2020, Carlos Topete Félix se ausentó del taller por una enfermedad que lo tuvo en terapia intensiva por más de una semana... y, es obvio, que la tristeza invadió el recinto de trabajo por días esperando un desenlace fatal.
El cariño que ha sabido sembrar él en cada uno de nosotros sólo se convirtió en algunas lágrimas en aquellos sus días de ausencia... mas, él, jamás supo de esto. Nunca nos atrevimos a decírselo.

Pero, deseo retomar este punto pues, de manera muy lamentable, la única ocasión que en un pasado exterioricé mi profunda estima por alguien, fue justo cuando la relación ya estaba lastimada y, mi receptor, me juzgó a más no poder... me tildó de falso, de hipócrita y de "convenenciero" pues, él creyó, que le decía todo eso para evitar que me corriera de cierto empleo que tuve estando a su lado en Cabo San Lucas B.C.S.
Ahí fue donde mi sentir, prefirió quizá y para siempre, seguir apagado en mi opinión hacia cualquiera (aún mereciéndolo y estando en vida).

Y no, no necesito ir a un psicólogo para erradicar esto de mi mente y recuerdo y mostrarme con mayor plenitud ante los demás.
Puedo sostener aquí que, ante mi esposa (por ejemplo), siempre fui sincero y pude decirle en su momento cuán enorme era mi amor por ella.


Descubro pues, siempre un freno, un detalle que nos limita, un miedo, una pena o vergüenza quizá que nos detiene a exteriorizar cuánto es que estimamos o queremos a aquella persona que nos acompaña en vida.

Dos carrozas fúnebres en estos días han pasado por mi lado al ir manejando y, vuelvo a recordar, todos los "te quiero" que dejé de decir a quien los merecía y que se convirtieron en lágrimas al saberles muertos.

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