martes, 23 de julio de 2024

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Ya luego de algunos años de viajar en tren todas las mañanas para ir al trabajo, ha sido gratificante la mayoría de las veces el disfrutar del paisaje desde la salida de la primer estación a pesar de ir en pie y hasta el centro de la ciudad... poder disfrutar así desde un cielo totalmente limpio, hasta aquellos nubarrones que cubren parte de la urbe y desfogan su líquido en verano.

La costumbre esa de mirar el número de tren al que abordo y percatarme con ello de los daños sufridos al vagón por ciertos pasajeros "sin quehacer", desde el "borrado de número" en su interior, hasta uno que otro grafiti en alguna ventanilla.
El rostro de cada operador al arribar a la estación o algunos errores que han tenido al manejar la unidad y que son "corregidos" por el sistema automatizado.

Una de esas mañanas, el toparme con un compañero de preparatoria que hacía música junto a mí allá por el 2001 y que no lo vería sino ahí diez años después...
Aquel personaje de las rastas que aborda alguna estación posterior a donde yo y que desciende justo a la misma hora y lugar sin mediar palabra alguna y sembrando la duda del dónde trabajará...
El buen Mateo con su "selfie" cotidiana y que con su energía y canto me hizo percibir su presencia en el transporte y que ya no deja de pasar desapercibido cuando coincidimos ("...el gallo pinta, no pinta! ...el que pinta es el pintor")

En las afueras y en pleno recorrido, sobre su domicilio, aquella antena de cierto personaje estúpido que se dejó llevar por un mero complot y chisme y que en su momento dudara enormemente de mi honestidad y franqueza...
Aquel negocio cerrado del que sólo sus instalaciones permanecen... el edificio de departamentos que incita a remontarme a Bucerías donde alguna vez soñé... El misterio del túnel y de toda su obra... los dos o tres suicidios desde las instalaciones... El sonido propio de cada tren al frenar o desplazarse o la voz femenina que anuncia cada estación, cada próxima o algún anuncio alusivo al buen desempeño del transporte.


Pero, de todo ello, el que más me impacta es el que, dada la elevación en dos de sus estaciones, resulta apabullante el observar lo pequeño del ser humano al mirarlo desde arriba y entender así que, cualquier problema o conflicto personal que los orilla a creer que es "enorme", sencillamente se torna nada con sólo "observarlo" desde unas decenas de metros en dicha altura.

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